Relaciones abiertas

No voy a decir que mis padres me enseñaron del amor con su ejemplo. Es cierto, tienen una divertida relación de más de treinta años, tres hijos, una nieta (que no es mi hija, pero sí mi ahijada) y dos perros, pero no voy a decir que solo de ellos aprendí lo que es el amor.

Cuando recién salieron a la venta los equipos de música con CD, mis padres se apuraron en comprar uno. Lindo, grande, de esos que todavía tenían tocadiscos y doble casetera. Inteligentemente, y para que se distinga del anterior equipo de la casa, compraron tres CD’s.

Yo tenía nueve años y ya había pasado por la difícil decisión de dejar de lado mi vocación de ser sacerdote, cuando –gracias a mis padres, este nuevo equipo y los tres CD’s– conocí a Nino Bravo.

Era 1997 y yo vivía desfasado, pensando que Nino Bravo era el cantante de moda. Víctima de un colegio de hombres, soñaba tímidamente con decirle a alguna chica: “mi voz igual que un niño te pide con cariño ven a mí abrázame”.

De este modo, gracias a mis padres y a las letras de Nino Bravo, las matemáticas –que nunca fueron mi curso favorito– se me hicieron simples. La fórmula siempre, sea cual sea la operación, resultaría siendo 1 +1 = 2.

Ideas de niño.

Las matemáticas no son cerradas, sus variables son infinitas y cada relación –al igual que en las personas– es distinta y la proponen sus partes. Así, hay números que teniendo una relación formal con otro número, pueden dividirse, restarse, sumarse, multiplicarse y cuanta operación quieran hacer con otros números, siempre y cuando acepten que sus parejas, a quienes son leales, hagan lo propio.

Este es el caso de las relaciones abiertas, donde la fidelidad se mide en términos de lealtad y compromiso; y el amor resulta siendo el sinónimo más puro de entrega y desprendimiento. La exclusividad física queda de lado y hay un extraño fetiche con el altruismo.

Quizá recién un grupo grande de personas está entendiendo y considerando de manera honesta esa frase de la Biblia que, por los siglos de los siglos, ha venido siendo manoseada y hasta usada como lema de caridad: “amar es compartir”. El amor no debe ser visto como una colecta donde se recogen monedas y se entregan stickers como comprobantes de pago. Todo lo contrario, el amor debe partir de la entrega total de uno (y luego, en el caso de las relaciones abiertas, del otro).

Estar en una relación abierta debe ser lo más parecido a andar con dos manos, tres piernas y cuatro tetas sin que tengan que mutar los cuerpos o ser sometidos a una cirugía. Uno se enfrenta a su cuerpo, al de su pareja y a los de los demás acompañantes que vayan llegando. Todo lindo hasta ahí, pero uno también debe enfrentarse valientemente a los residuos que los acompañantes de turno van dejando en el cuerpo de su pareja, que seguro se traducirán en nuevos aprendizajes, exigencias y posturas.

Se me hace difícil pensar que en Lima alguien pueda decir con soltura “estoy teniendo una relación abierta”. En la mayoría de los casos, quienes estén atentos a las declaraciones, catalogarán a esa persona de infiel e inmoral, de mal ejemplo para las generaciones futuras (quienes dirigirán y sacarán adelante a nuestro país). Poco a poco, estas personas irán siendo bloqueadas y separadas; o aceptadas, según el conocimiento en matemáticas del oyente.

Es más, si es un hombre quien declara tener una relación abierta, tendría el beneficio de la duda y hasta podría llegar a ser considerado una especie de precursor o vanguardista. Por el contrario, si es una mujer quien explica que tiene una relación formal con un hombre u otra mujer, y que a la vez puede mezclarse con quien le venga en gana… madre mía, no solo le tirarían piedras, sino también la aventarían al río.

Sí, y estamos en el siglo XXI. Se clonan animales y se crean niños, pero no se llega a aceptar del todo que hombres y mujeres merecemos el mismo trato. Deberíamos dejar de usar el término “equidad de género” y asumir honestamente la idea de una vez. Finalmente, la única diferencia entre unos y otros debería ser la misma que existe entre quienes están en lados opuestos frente a una puerta de vaivén: unos jalan, otros empujan.

Sin dificultad, algunos amigos me decían que tener una relación abierta era como tener un amigo o amiga con beneficios sin exclusividad, “alguien por mientras hasta que llegue algo mejor”. Me queda claro que no es así. Las relaciones abiertas están destinadas a poner a ambas partes en equilibrio, como aliados, jugadores de póker que hacen trampa por el otro.

Y es que quienes optan por mantener este tipo de relaciones tienen la misma mente abierta que en sus tiempos –más de dos mil años atrás– tuvo José cuando María le dijo que tendría un hijo, pero que no sería de él. ¿Qué fue lo que él hizo? Escuchar, comprender, desprenderse, amar.

Han pasado quince años desde que mis padres compraron el primer equipo con CD y Nino Bravo sigue siendo mi músico de cabecera. Ahora, mientras Nino canta “me voy pero te juro que mañana volveré” ya no me suena tan romántico y no me cuesta imaginar que así se despedía de su mujer –a la que seguro era leal- para entrar a una noche de juerga.

No voy a decir que mis padres me enseñaron del amor con su ejemplo, pero sí voy a decir que gracias a ellos sé lo que busco en el amor, que me parece más importante: quiero ser exclusivo y tener exclusividad en todo sentido, tener un amor egoísta, de esos que no se dividen ni se mezclan ni se comparten ni nada.

Para mí, las matemáticas –así ahora sepa que son infinitas– siempre me llevarán a la básica operación que aprendí de niño y que hoy, ya adulto, reafirmo más propia que nunca: 1 + 1 = 2.

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* Colaboración para la revista Galería (enero 2012).

2 respuestas to “Relaciones abiertas”

  1. elefante Says:

    El último párrafo fue lo mejor de todo el árticulo.
    Felicitaciones

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